
El Parque Nacional Marino Los Arcos, conocido coloquialmente como “Los Arcos de Mismaloya”, es una joya ecológica situada en la Bahía de Banderas, al sur de Puerto Vallarta. Este conjunto de islotes rocosos, formado por cinco pequeñas islas de granito perforadas por arcos y túneles naturales, no solo es un espectáculo visual, sino un bastión de conservación marina y terrestre. Protegido desde 1975 y elevado a Parque Nacional Marino en 1984, abarca aproximadamente 65 hectáreas de superficie terrestre y marina, con profundidades que alcanzan más de 1,000 metros en algunos puntos, lo que lo convierte en un hotspot de biodiversidad en el Pacífico mexicano.

La importancia ecológica de Los Arcos radica en su papel como santuario para una amplia variedad de especies. Bajo el agua, los arrecifes y cuevas submarinas albergan un ecosistema vibrante. Nadar entre sus formaciones significa encontrarte con bancos de peces cirujano, cuyos tonos amarillos brillan bajo el sol, o el pez sargento, rayado en negro y amarillo, que patrulla los corales. Las tortugas marinas, especialmente la tortuga golfina, son visitantes frecuentes, mientras que las rayas águila y las mantas gigantes añaden un toque de grandeza al paisaje submarino. Los buzos experimentados pueden explorar túneles donde morenas y langostas se esconden, y en temporada de migración (diciembre a marzo), el eco de las ballenas jorobadas resuena en la distancia, un recordatorio de la conexión de este lugar con rutas migratorias globales.

En la superficie, Los Arcos es un refugio para aves que dependen de estos islotes como sitios de anidación. Los bobos de patas azules, con su distintivo color y torpeza encantadora, comparten espacio con pelícanos pardos que se zambullen con precisión quirúrgica para cazar. Las fragatas magníficas, con sus siluetas recortadas contra el cielo, y los cormoranes, que secan sus alas al sol, completan la escena. La vegetación en las rocas, aunque escasa, incluye arbustos resistentes y algunas especies de cactáceas que han adaptado a la salinidad y el viento constante, contribuyendo a la estabilidad del suelo y ofreciendo alimento a insectos que, a su vez, sostienen a las aves.

Como área protegida, Los Arcos enfrenta retos como la presión turística y la contaminación, pero su estatus ecológico fomenta esfuerzos de conservación para mantener su equilibrio. Es un lugar donde la naturaleza dicta las reglas: no hay instalaciones humanas permanentes, solo el sonido del oleaje y la vida silvestre. Para mí, visitarlo es como asomarse a un mundo intacto, un recordatorio de lo que podemos perder si no cuidamos estos tesoros. Ya sea esnorqueleando entre sus aguas o simplemente admirando sus arcos desde un bote, Los Arcos no es solo un destino, sino una lección viva de resiliencia ecológica.


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